La columna del periodista Walter Vargas en el diario deportivo Olé:
Las debacles institucionales que tienen correlato en una debacle deportiva son tan viejas como el fútbol mismo. Es francamente improbable que un club mal gobernado no termine influyendo de forma negativa en lo que pasa cancha adentro.
Lo que llama la atención del presente de Banfield, pues, es la celeridad con que la suma de errores en la gestión en general socavó los cimientos del fútbol en particular.
Pensemos que hace menos de tres años Banfield gozaba de solidez institucional y financiera, disponía de un equipo de calidad (sazonado con pibes de la casa y extrapartidarios de la talla de Erviti y Silva), de un acreditado cuerpo técnico liderado por Falcioni y de todas-las-condiciones-todas para ir por lo que finalmente consumaría: la coronación en el Apertura 2009.
Tras un 2010 de tono declinante, en 2011 aceleró su tobogán y no paró más. Pasó el Gallego Méndez, pasó el interinato de Raúl Wensel, pasó La Volpe, pasó Da Silva, está pasando Acevedo y ninguno pudo disimular la significativa mella de un plantel devastado por el indigesto plato de ventas apresuradas y compras equivocadas. En ese contexto, lo más sustancioso del promedio se evaporó como buena parte de la masa societaria y de la credibilidad en un presidente, Carlos Portell, que mientras el club se cae a pedazos está en Europa dedicándose a vaya a saber qué. Hace menos de un mes Banfield era candidato a sufrir en la temporada próxima. Hace dos semanas su situación era de pronóstico reservado y hoy es el bocado más apetitoso de los que sueñan con salvarse a su costa. Si lo juzgamos por las señales que dio anoche, para Banfield lo peor está ahí nomás, a la vuelta de la esquina.
Las debacles institucionales que tienen correlato en una debacle deportiva son tan viejas como el fútbol mismo. Es francamente improbable que un club mal gobernado no termine influyendo de forma negativa en lo que pasa cancha adentro.
Lo que llama la atención del presente de Banfield, pues, es la celeridad con que la suma de errores en la gestión en general socavó los cimientos del fútbol en particular.
Pensemos que hace menos de tres años Banfield gozaba de solidez institucional y financiera, disponía de un equipo de calidad (sazonado con pibes de la casa y extrapartidarios de la talla de Erviti y Silva), de un acreditado cuerpo técnico liderado por Falcioni y de todas-las-condiciones-todas para ir por lo que finalmente consumaría: la coronación en el Apertura 2009.
Tras un 2010 de tono declinante, en 2011 aceleró su tobogán y no paró más. Pasó el Gallego Méndez, pasó el interinato de Raúl Wensel, pasó La Volpe, pasó Da Silva, está pasando Acevedo y ninguno pudo disimular la significativa mella de un plantel devastado por el indigesto plato de ventas apresuradas y compras equivocadas. En ese contexto, lo más sustancioso del promedio se evaporó como buena parte de la masa societaria y de la credibilidad en un presidente, Carlos Portell, que mientras el club se cae a pedazos está en Europa dedicándose a vaya a saber qué. Hace menos de un mes Banfield era candidato a sufrir en la temporada próxima. Hace dos semanas su situación era de pronóstico reservado y hoy es el bocado más apetitoso de los que sueñan con salvarse a su costa. Si lo juzgamos por las señales que dio anoche, para Banfield lo peor está ahí nomás, a la vuelta de la esquina.
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